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 Cuando salimos a comprar zapatos muchas veces encontramos los elegidos, esos que van perfectamente con nuestra personalidad, que además no son muy caros, que van con todo, y que hasta son cómodos.

Cuando adquirimos ese par de zapatos y nos vamos felices a nuestra casa, no tomamos en cuenta que ese par no es para nada inofensivo. No pensamos en todo lo que implican. Para empezar, podemos hacer una división muy general de los zapatos partiendo del género al que están destinados. Existen zapatos femeninos y masculinos.

Hay zapatos abiertos, cerrados, zapatos altos, de piso, unos son más costosos que otros… En fin, resulta que el zapato además de constituir una parte importante de nuestra apariencia cotidiana, también es un elemento importante funcionalmente hablando.

Gracias a los zapatos podemos andar largas distancias sin herirnos los pies. Gracias a ellos nos ahorramos quemaduras, raspones, golpes, una que otra cortadura grave.

El zapato, al ser tan común y necesario, es el elemento perfecto para que el sistema nos mantenga dentro de sus parámetros. Los zapatos son un objeto completamente alienado por las estructuras culturales que nos rigen.

La moda y el calzado sintético invaden nuestras vidas. Al ir a comprar zapatos, muchas veces nos encontramos buenos precios pero también múltiples puntos de inconformidad; también calidad, aunque no tan accesible. Por ejemplo, la suela no tiene antiderrapante, y si lo tiene, no es del color que más nos gusta, si es del color que nos gusta, entonces resulta que no hay en nuestro número, así que te gusten o no los zapatos, tendrás que comprarlos, con el tiempo aprenderás a amarlos y a darles las gracias por proteger tus pies.  Las modas nos imponen lo que debemos llevar puesto, es difícil encontrar algo amoldado a las necesidades particulares de cada quien.

Actualmente hay tendencias que buscan neutralizar el trato entre personas disolviendo el género, como es el caso de las propuestas para neutralizar el género en la lengua. Es evidente que sí, la lengua es un reflejo de la sociedad, pero si vemos a la lengua como una especie de espejo, queda totalmente obviado que no, cambiando el espejo la realidad no se altera. Primero hay que cambiar la sociedad en que vivimos, y podemos empezar por los zapatos.

 

 En  cuestión  de  zapatos,  el  género  está  casi  indiscutiblemente determinado, casi, porque es mucho más aceptable que una chica utilice zapatos masculinos porque son más neutrales, en cambio, un hombre no puede utilizar zapatos femeninos, aunque ya hay quienes utilizan faldas. Y claro que hay hombres que utilizan tacones, para sesiones de fotos y rutinas de danza urbana, pero en este caso sí es indiscutible que este calzado patológicamente masoquista es un elemento femenino.

A veces, para ser más neutrales y además darle a los zapatos un sentido puramente funcional, hay quien recurre a unas buenas botas de suela gruesa, pero resulta que lo que en algunos mercados y restauradoras de calzado hallamos como botas para obrero, ya ha sido alienado también por el sistema transformándolo en Dr. Martens. Así que no únicamente se trata que los zapatos envuelven un problema de género, sino también uno de repartición de bienes que ya había sido detectado por Marx y Engels.

Cuando adquirimos zapatos, adquirimos también estatus, además de etiquetas como la pertenencia a ciertos guetos y estereotipos que reproducimos constantemente a través de ellos. Nuestra sociedad desigual cambiará hasta que los zapatos lo hagan, hasta que empiece la gran revolución de los zapatos.

Zapatito blanco, zapatito azul

Maruz B.

Maruz B., Morelia Michoacán. Editora de la revista Introducción.

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